La actividad comercial internacional debe ser entendida y gestionada con una nueva mentalidad, surgida de la constante adaptación al cambio, el profundo análisis de los factores que inciden en el proceso y la aplicación del pensamiento estratégico a la toma de decisiones.
jueves, 26 de septiembre de 2013
El dilema de competir: Miedo al fracaso… y miedo al éxito
"Siempre ganar y nunca perder no puede ser. La vida es un mar de alegrías y tristezas, aciertos y errores, éxitos y fracasos, con sus pleamares y bajamares. Los auténticos deportistas aprenden, desde pequeños, a saber ganar y a saber perder. Se juega para ganar y se aprende, pero cuando se pierde se aprende más".
El dilema de competir: Miedo al fracaso… y miedo al éxito.
El miedo al fracaso y el algo más complicado miedo al éxito tienen sus raíces en lo que podríamos denominar ansiedad al competir. La competición existe en el mundo simultáneamente a la cooperación. Desde pequeños cooperamos y competimos con nuestros hermanos, amigos y compañeros de trabajo. El competir con o sin ansiedad está fuertemente ligado al aprendizaje con nuestros padres y a los mensajes recibidos, fortaleciendo o no nuestra autoestima y haciéndonos sentir bien, o mal, ganando o perdiendo, respectivamente.
A los obsesionados con ganar es bueno recordarles que hay dos dramas en la vida: Uno es no lograr un objetivo deseado; el otro, lograrlo. Ni ganar es tan malo ni es tan bueno perder. No hay que bajar en autoestima al perder ni subir en prepotencia al ganar, sino aprender en cada caso, y siempre estar a gusto consigo mismo.
Lo que genera el miedo al fracaso y el miedo al éxito es no tener resuelto el dilema de competir, ganar y perder con una ansiedad normal (necesaria), no excesiva (superflua).
El miedo al fracaso.
Reside en el supuesto básico, consciente o inconsciente, de que hay que ganar en todo. Ganar es la mejor dicha, y perder, la peor desdicha: ser César o nada. Esto genera en unas personas una obsesión compulsiva por “ganar” que, a veces, termina influyendo en “perder” (extravertido compulsivo). Y en otras, que rehúyan competir por miedo a no estar a la altura y no poder lograr sus metas (tímido introvertido).
La ansiedad superflua está ligada a la inadecuación entre nuestras capacidades y objetivos en la vida. Debemos tratar de “ganar”, pero sin que se resienta nuestra autoestima si “perdemos” o nos equivocamos ocasionalmente; y sin que nos lo creamos demasiado en los aciertos y “éxitos” cuando “ganamos”.
El miedo al éxito.
Reside en el supuesto básico, consciente o inconsciente, de que solo se puede triunfar o alcanzar el éxito a costa de otros, pisando el camino a los demás: Yo gano, tú pierdes. Es el complejo de Macbeth, que, en su tragedia, terminó asesinando a todos sus potenciales competidores en su sangriento camino hacia el trono, ya fueran amigos o enemigos. La corona descansa sobre una cabeza atormentada por una ambición insaciable y por el sentimiento de culpa sobre cómo logró sus éxitos.
De esta forma, el éxito viene acompañado de la necesidad de deshacer lo que se ha hecho. Se pone en marcha la conducta opuesta a la que llevó al éxito. Cuando este está a punto de alcanzarse, la persona se sabotea a sí misma, evitando así el éxito culpable. Esto se observa en muchos actos, aparentemente fallidos, que cometen algunas personas, estropeando el resultado en el momento en que estaba a punto de ser alcanzado. Más que traicionarnos, el inconsciente nos guía.
Conclusión.
El miedo al fracaso (si tú ganas, yo pierdo), el miedo al éxito (si yo gano, tú pierdes) y sus raíces de no saber competir, ganar y perder se basan en considerar las situaciones como juegos de suma cero, donde si uno gana, el otro pierde. Así ocurre a veces, pero la mayoría de los juegos son de suma no nula, donde cooperación y confianza inteligentes generan opciones gana-gana a ambas partes.
Quienes practican el juego yo gano, tú pierdes olvidan que en todos estos juegos aparece siempre un tercer jugador, que es la vida. Esta nos enseña a ganar y a perder, y termina por colocarnos en el lugar que nos corresponde y que nosotros mismos hemos buscado.
Fuente: José Medina/ Executive Excellence
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