jueves, 18 de abril de 2013

Motivación, ambición y adaptación al cambio: Coaching con Gladiator



“Dentro de 3 semanas yo estaré recogiendo mis cosechas, imaginad dónde queréis estar y se hará realidad. Manteneos firmes, no os separéis de mí. Si os veis cabalgando solos por verdes prados, el rostro bañado por el sol, que no os cause temor, estaréis en el Elíseo. Hermanos, lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad”.

Motivación, ambición y adaptación al cambio:Coaching con Gladiator.

La motivación.

Así se dirigía Máximo Décimo Meridio, alias “Gladiator”, a sus tropas antes de la batalla contra unos temibles bárbaros, en el año 180 según la película. Sin saberlo, Máximo recoge en este breve discurso algunas de las claves incluidas en teorías de sesudos autores posteriores que han intentado desentrañar los misterios de la motivación humana. Según la “Teoría de las Expectativas”, cuyo autor más destacado es Vroom, las personas altamente motivadas son aquellas que perciben subjetivamente como valiosas las recompensas a su esfuerzo y además consideran que la probabilidad de conseguirlas es elevada.

La motivación de los legionarios romanos en su batalla contra los bárbaros será extraordinaria dada la magnífica recompensa prometida por Máximo en su breve arenga, “imaginad dónde queréis estar y se hará realidad”, y el convencimiento de conseguir la victoria, basado en la confianza en su líder.

Máximo sabe, sin haber leído la “Teoría del Factor Dual” de Herzberg, que, una vez satisfechos los factores fisiológicos, de seguridad y sociales, los factores realmente motivadores son aquellos que responden a las necesidades superiores de reconocimiento, al sentirse valorado, y de autorrealización, recogidas en los pisos superiores de la pirámide de Maslow.

El ejército de Máximo está satisfecho con su sueldo, alimentación y equipamiento. Además se sienten seguros bajo el mando de su general y existe un espíritu de equipo donde reina el compañerismo. Todo ello hace que las palabras de Máximo apelando a la autorrealización, a través de la consecución de los deseos más personales, e incluso a la trascendencia situada allá en la cúspide de la pirámide de Maslow, sean motivadoras y no chirríen en un contexto previo a una batalla. ¿Qué podemos esperar si este discurso se dirige a un ejército descontento con sus condiciones de vida, sin confianza en su líder y con rencillas entre sus componentes? Solo mofa y hastío, reflejado en algún que otro bostezo y miradas cómplices por parte de los legionarios de Máximo.

Saltemos casi dos mil años en el tiempo y juguemos a buscar paralelismos identificando a Máximo con un directivo de la gran multinacional que llegó a ser Roma, partiendo de una empresa familiar fundada por dos emprendedores legendarios: Rómulo y Remo.

En nuestros días la importancia de la motivación ha continuado creciendo hasta alcanzar casi la categoría de “piedra filosofal” del éxito de toda empresa que se precie. Los métodos actuales para conseguirla no son tan sencillos como un simple discurso y, en muchos casos, se acude a la ayuda de “coaches” externos. Sin embargo, a la vista de la reflexión sobre el discurso de Máximo cabe preguntarse si merece la pena invertir tiempo y dinero en la motivación del personal si no se han satisfecho previamente sus factores fisiológicos, de seguridad y sociales.

Dudar del mantra sobre la importancia capital de la motivación en una empresa es actualmente “empresarialmente incorrecto” pero, volviendo a “Gladiator”; ¿realmente los romanos vencen porque están más motivados que los germanos?.

Los libros de Historia nos dicen que entre los años 171 y 174 Marco Aurelio dirigió una campaña militar victoriosa contra cuados y marcomanos, entre otros pueblos germanos, en respuesta a su ofensiva sobre la frontera del Danubio iniciada en el año 167. Las duras condiciones de paz impuestas por lo romanos, especialmente la existencia de guarniciones romanas en sus territorios, fueron la causa de un nuevo enfrentamiento a partir del año 177.

¿Existe mayor motivación que aquella que se nutre de la venganza en respuesta a la humillación de la derrota y a la presencia de un ejército invasor en tus territorios?.

Algo más que motivación.

En la batalla inicial de Gladiator la motivación no es un factor determinante ya que se trata de un desigual enfrentamiento entre un ejército y una tribu armada. Al completo equipamiento de los legionarios romanos con corazas, escudos, espadas y lanzas se oponen unos bárbaros con aspecto de trogloditas con pieles y armas cuasi-prehistóricas, lanzando alaridos intimidatorios que no consiguen el buscado “miedo escénico” de las tropas romanas.

Máximo ha diseñado una estrategia “de película” con un ataque de la caballería a la retaguardia del enemigo y la utilización de catapultas con proyectiles de fuego, improbable desde un punto de vista histórico por tratarse de armas de asedio, pero que consiguen el espectáculo buscado en el contexto de la película.

Los romanos han recibido durante años una dura formación militar que se refleja, de forma un tanto pobre en la película, al iniciar el combate perfectamente alineados escudo con escudo frente a la avalancha desordenada de los germanos.

Si acudiéramos a la Historia comprobaríamos que la táctica de combate de las legiones romanas era mucho más sofisticada de lo que aparece en la película. Para resumir, lo más destacable sería la precisa asignación de tareas de cada uno de los componentes incluidos en diferentes líneas que formaban un equipo compacto de funcionamiento cuasi-mecánico. De esta forma, la vanguardia estaba compuesta por la infantería ligera o Velites, cuya misión era cubrir el avance de la infantería pesada constituida por tres líneas denominadas Hastati, Principes y Triarii.

Al situarse a una distancia de aproximadamente 20 metros del enemigo la primera línea lanzaba unas lanzas cortas llamadas pilum que descomponían las líneas enemigas, facilitando el avance escudo con escudo y la inmediata carga de los legionarios espada (gladius) en mano. Una vez entablada la lucha, las diferentes líneas trabajaban en equipo, turnándose, avanzando una y retrocediendo otra, hasta agotar a sus enemigos.

La motivación por sí sola, sin equipamiento, estrategia, formación y asignación precisa de tareas no conduce a la victoria ni a Máximo ni a las empresas actuales. Es necesaria la combinación de la motivación de una tribu armada con la profesionalidad de un ejército.

Lo que no te destruye te fortalece.

Se admite habitualmente que el ejército romano fue la clave tanto para la supremacía de Roma durante siglos como para explicar su caída.

En tiempos de Máximo el ejército romano continuaba en su etapa de esplendor a la que había llegado gracias, entre otras razones, a un principio muy del gusto del pensamiento positivo y de los “coaches” actuales: lo que no te destruye te fortalece. Uno de los ejemplos utilizados hasta ahora en el “coaching” para ilustrar esta idea era el caso de L. Amstrong. Visto el comportamiento deportivo poco edificante de este ciclista quizás sea necesario acudir a otros ejemplos; históricos ¿por qué no?.

Año 390 a.C. Ha transcurrido algo más de un siglo desde que se ha proclamado la República en Roma y ha comenzado su modesta expansión a costa de los pueblos limítrofes, volscos, ecuos y sabinos, y especialmente con la conquista de la ciudad etrusca de Veyes en el año 396 a.C.

Sin embargo, con la euforia del éxito ante Veyes todavía reciente, los galos senones, comandados por Breno, penetran en el Lacio y, una vez diezmado el ejército romano en el río Alia, asaltan la ciudad de Roma y sitian la colina capitolina, último reducto de los supervivientes romanos. Los galos acabarán retirándose no por la reacción militar de Roma sino a cambio del pago de una enorme cantidad de oro.

Esta invasión fue el acontecimiento más traumático sufrido por Roma en su todavía corta historia ya que evidenció la debilidad del sistema defensivo de la ciudad y debilitó enormemente su prestigio militar en la península itálica. A raíz de esa crisis Roma saldrá fortalecida. Camilo, uno de los protagonistas de la historia de la República, mejorará el equipamiento del ejército y plantará la semilla de las legiones con el inicio de la reorganización de un ejército que había permanecido inamovible durante más de un siglo, desde los tiempos del penúltimo rey de Roma, Servio Tulio.

Con la toma de Tarento en el año 272 a.C., es decir, apenas un siglo después de estar a punto de ser destruida por los galos, Roma se había adueñado de prácticamente toda la península itálica y estaba en condiciones de disputar con Cartago la supremacía en el Mediterráneo.

La historia se repetirá en las postrimerías del s.II a.C. Nuevamente una amenaza de los bárbaros, un líder: Cayo Mario y una Roma fortalecida tras una crisis que, siguiendo el pensamiento positivo tan de moda actualmente, fue una oportunidad.

En el año 110 a.C. los cimbrios, procedentes de la península de Jutlandia se habían desplazado hacia la provincia romana Narbonense, al sudeste de la Galia. Allí, en la batalla de Arausio, en el año 105 a.C., masacraron a las tropas romanas y se dirigieron hacia la península ibérica donde fueron frenados por los celtíberos. Vueltos a la Galia se unieron con los teutones, otro pueblo bárbaro de germanos, con la intención de dirigirse hacia la península itálica.

Roma, ante el temor de una nueva invasión como la sufrida en el año 390 a.C., confíó su suerte a Cayo Mario que había vuelto victorioso de su campaña militar en África contra los númidas de Yugurta. El secreto de su éxito en África se había basado en la creación de un ejército profesional. En él suprimió la exigencia de reclutar sólo a soldados inscritos en el censo como propietarios, a adsidui, y admitió en sus tropas a los proletarios, capite censi, cuyo único futuro era el ejército y las recompensas de sus generales.

A partir de ese momento la lealtad de los soldados estuvo más vinculada a su legión y a su general que a Roma. Este nuevo sistema de reclutamiento había dejado la puerta abierta a que un jefe militar carismático pudiera servirse del ejército como arma política. Las consecuencias de la apuesta de Cayo Mario por este modelo de ejército profesional fueron muy favorables a corto plazo pero, a la larga, contribuyeron a la decadencia de Roma. Sería posible encontrar un paralelismo con algunas decisiones empresariales en las que el interés de la entidad está supeditado al de los altos directivos de turno y en las que se evita pensar en sus repercusiones más allá del horizonte inmediato; pero eso es otra historia.

Mario, convencido de la necesidad de formación de su ejército, le sometió a un concienzudo entrenamiento en Arlés. Una vez bien adiestrados, derrotaron en una primera batalla a cimbrios y teutones en el año 102 a.C. en Aquae Sextiae y eliminaron definitivamente su amenaza con una victoria aplastante en el año 101 a.C. en Vercellae.

Pocas décadas después de esta crisis, Roma viviría una época de esplendor y paz con su primer emperador: Octavio Augusto.

Estas pinceladas históricas permiten alimentar la esperanza del ansiado fortalecimiento tras las crisis y evidencian la necesidad de que surjan auténticos líderes en esas situaciones para poder solventarlas.

Un Máximo poco ambicioso y reticente al cambio.

Nuestro Máximo no ha pasado a la historia a pesar de poseer virtudes militares similares a Camilo y Cayo Mario. El análisis de las escenas posteriores a la batalla inicial nos permite concluir que Máximo comete dos pecados imperdonables a los ojos de una empresa actual y también de la Roma reflejada en la película: no tiene ambición y es reticente al cambio.

Su falta de ambición es evidente en su conversación con Marco Aurelio al rechazar inicialmente, aduciendo razones familiares, la propuesta del todavía emperador de tomar las riendas del Imperio hasta que el Senado adquiera nuevamente el poder, como en tiempos de la República.

Marco Aurelio, al igual que otros directivos en las empresas actuales, comete un error al ignorar qué es lo que realmente motiva, a estas alturas de su vida profesional, a su empleado Máximo. No será el poder sino algo externo a la empresa, en este caso, su familia. Finalmente el emperador tendrá que apelar a su profesionalidad y último servicio a la empresa para convencerle de aceptar su propuesta.

Todavía más imperdonable, desde el punto de vista empresarial actual, será su reticencia al cambio. Cómmodo representa en la película el cambio, ciertamente a peor, pero cambio al fin y al cabo. Frente a su juventud, ambición, energía y nuevas ideas se nos presenta a un anciano Marco Aurelio, reflexivo, débil y resignado, que anhela volver al pasado republicano.

Tal y como era previsible, Máximo, al no aceptar el cambio propuesto por Cómmodo, será despedido de malas maneras y tendrá que iniciar una nueva vida profesional, esta vez de gladiador. La torpeza de su empresa destruyendo su motivación familiar generará un Máximo extraordinariamente motivado en contra de su antiguo jefe. Su único objetivo a partir de ese momento será alcanzar su venganza “en esta vida o en la otra”.

No puede decirse que Máximo reaccionase a su despido siguiendo las directrices del pensamiento positivo espléndidamente reflejadas en el discurso de Steve Jobs en la Universidad de Stanford en el año 2005 cuando refiriéndose, entre otros temas, a su despido de Apple decía “No lo vi así entonces, pero resultó que el que me echaran de Apple fue lo mejor que jamás me pudo haber pasado”. Probablemente Máximo hubiese pensado también lo mismo desde su retiro familiar en Emérita Augusta si hubiera sido despedido con una buena gratificación y una palmadita en la espalda en agradecimiento por los servicios prestados.

Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie.

En el inabarcable mundo de los tópicos y frases hechas un buen número de ellas está relacionado con el cambio: “las empresas deben cambiar para adaptarse al entorno actual”, “la única constante es el cambio”, “la gestión del cambio es muy importante”…En ocasiones, por suerte, se va más allá de las frases hechas, buscando argumentos a favor del cambio. Así se acude a citas de autores de reconocido prestigio como Einstein cuando afirmaba que un problema no puede ser resuelto desde el mismo nivel de conciencia que lo creó y, por tanto, hace falta actuar de forma diferente para obtener resultados distintos.

En el título de este apartado se sucumbe a la tentación de las citas con la brillante contradicción recogida por Lampedusa en su obra “El gatopardo”: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. Al fin y al cabo, un análisis de los cambios acaecidos en la larga historia del imperio romano y de aquellos que se producen en las empresas actuales permite concluir que esta afirmación se aplica con frecuencia.

A diferencia de Máximo, tanto Marco Aurelio como Cómmodo apostaban por el cambio desde diferentes puntos de vista. Según la ficción de la película, Marco Aurelio pretendía solucionar los problemas de Roma regresando al pasado republicano mientras que su hijo deseaba reforzar su papel como emperador, despreciando al Senado, institución clave de la República. En definitiva, ambos querían servirse del cambio para alcanzar dos objetivos diametralmente opuestos basados en el interés de la “empresa” o en el personal, respectivamente. En este caso, como en otros muchos ejemplos actuales, supeditar los objetivos de la empresa a los personales conducirá al fracaso.

Marco Aurelio no fue un emperador afortunado. Las calamidades se sucedieron con las inundaciones del Tíber y el Po, las malas cosechas y, sobre todo, con la epidemia de peste que llegó del frente oriental. Aunque su carácter pacífico le conducía más a la meditación filosófica que a la acción bélica, tuvo que participar en campañas militares en 17 de sus 19 años de gobierno, tanto en la frontera oriental contra los partos como en la occidental contra los pueblos bárbaros que presionaban la frontera del Danubio, tal y como aparece en la batalla inicial de “Gladiator”.

El emperador filósofo mantuvo unas excelentes relaciones con el Senado, continuando de este modo la política seguida por sus antecesores, aunque sin llegar a expresar la intención, mostrada en la película, de transferir el poder al Senado e instaurar la República a su muerte. Fue querido por la plebe al ser capaz, a pesar de los ingentes gastos ocasionados por las guerras en las fronteras, de conceder siete congiaria (donativos, generalmente en forma de alimentos, ofrecidos por el emperador al pueblo) y mantener los juegos y espectáculos gratuitos. Consiguió el respeto del ejército gracias a sus victorias y su presencia en los diferentes frentes de batalla. Finalmente, prestó gran atención a la religión oficial de Roma, otorgando grandes honores a sus dioses. En resumen, Marco Aurelio puede ser considerado como un conservador, depositario de la tradición y virtudes de Roma.

La personalidad de Cómmodo caracterizada, según diversas fuentes históricas por su narcicismo, ausencia de sentido de la realidad, megalomanía, crueldad y falta de principios, era totalmente diferente a la de su padre. Esta enorme diferencia unida a su afición a la lucha de gladiadores hizo que rumores maledicentes atribuyeran su paternidad a un gladiador; uno de los numerosos escarceos de la poco virtuosa Faustina, esposa de Marco Aurelio, que no participaba del espíritu filosófico de su marido.

Su peculiar personalidad unida a su juventud, 19 años, y falta de preparación se reflejaron en una forma de actuar que nada tenía que ver con la de su predecesor. Así, al poco tiempo de acceder al poder imperial en el año 180, Cómmodo prescindió de los consejeros de su padre e inició su política antisenatorial que, en apenas dos años, tuvo como respuesta una conjura para asesinarle en la que participó su hermana Lucilla, tal y como se refleja en la película. La fallida conjura supuso la condena a muerte de muchos senadores y la deportación a Capri de Lucilla, que también fue finalmente asesinada. A partir de ese momento la relación de Cómmodo con el Senado fue abiertamente hostil a diferencia de la etapa anterior con Marco Aurelio.

La promoción de continuos espectáculos y la concesión de varios congiaria con los que pretendía atraerse a la plebe, dañaron gravemente la ya de por sí débil situación económica de Roma heredada de su padre. Ello conllevó el descontento de la plebe a la que pretendía contentar, reflejado, por ejemplo, en la rebelión del año 190 por la falta de aprovisionamiento de trigo. Cómmodo, atemorizado, eligió como cabeza de turco a su otrora favorito, su prefecto del Pretorio, Cleandro, ordenando su muerte para calmar a la plebe.

Cómmodo, más interesado en asistir a espectáculos públicos y disfrutar de la magnífica residencia de los Quintilii, a los que había hecho ejecutar, abandonó la política militar expansionista de su padre, habitual a lo largo de la historia de Roma.

Frente a la devoción de Marco Aurelio hacia los dioses tradicionales romanos, Cómmodo se interesó por los cultos orientales, que chocaban con la mentalidad de la sociedad romana. De hecho, se inició en los misterios de Mithra, divinidad irania que se había difundido entre las tropas de las fronteras renana y danubiana.

Roma rechazó el cambio representado por Cómmodo. Los inciertos resultados, el temor a perder su identidad tradicional, la oposición de los poderes fácticos (Senado, ejército y pueblo) y el desconcertante y egoísta liderazgo del emperador alimentaron la resistencia al cambio conduciéndolo al fracaso. Estas causas continúan constituyendo, en gran medida, la raíz de la resistencia y consiguiente fracaso del proceso de cambio en las empresas actuales.

Cómmodo no murió a manos de Máximo en la arena del Coliseo como muestra la película sino que, en una nueva conjura en el año 192, fue asesinado por su esclavo Narciso. Los pretorianos eligieron como su sucesor a un anciano Pertinax, uno de los hombres de confianza de Marco Aurelio.

“Todo había cambiado” en vida de Cómmodo para que, una vez asesinado, se deseara que “todo siguiera igual” a los tiempos de Marco Aurelio. El Senado apostó por el pasado representado por Pertinax y se desquitó con una “condena del recuerdo” (damnatio memoriae) de Cómmodo con la anulación de todos sus actos de gobierno, la supresión de sus títulos y la destrucción de sus estatuas. Apenas dos meses después, Pertinax fue asesinado por los mismos pretorianos que le habían proclamado emperador.

Según algunos historiadores de la antiguedad, como Herodiano, el cambio de Marco Aurelio por Cómmodo constituye el preludio de la gran crisis de Roma en el siglo III en la que se produjo un desbarajuste total del ejército, clave en los éxitos de Roma en las épocas de esplendor, y se sucedió una multitud de emperadores en apenas 50 años. Todo siguió cambiando pero Roma ya había iniciado sin remedio un lento caminar hacia su caída definitiva en el año 476.

Fuente: Jose Luis Aparicio - Licenciat of Engineering” Royal Institute of Technology (KTH) de Estocolmo. Doctor en Ciencias Químicas por la Universidad del País Vasco (UPV). Director Departamento Técnico multinacional sector de Artes Gráficas./ Managers Magazine

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